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Clásicos, ¿Para qué?

Por Santiago Miranda

“You cant handle the truth”

-Coronel Nathan Jessup

Cuestión de honor es, probablemente, uno de los clásicos más destacados del cine yanqui, es una película que conquistó nuestros corazones desde el primer momento en que la vimos, nos hizo acelerarnos durante la investigación, comprometernos profundamente con la causa de mi tocayo, el soldado Santiago, sentimos la auténtica impotencia apoderarse de cada una de nuestras fibras nerviosas al escuchar los alegatos de la fiscalía, pero en su misma medida, nos llenaba de orgullo las contestaciones de nuestro amado abogado interpretado por Tom Cruise. 

Ésta en pocas palabras, es un auténtico clásico, un rango que casi ninguna película u obra de arte ha podido alcanzar, y es que para que algo sea considerado un clásico, debe tener un factor primordial, una característica que la haga trascender y llegar a apasionarnos incluso después de casi 35 años después de haberse estrenado, la atemporalidad.

¿Nunca te has preguntado por qué en la escuela te mandaban a leer “100 años de soledad”, “La Ilíada”, “La odisea”, “La divina comedia”, “La vuelta al mundo en 80 días” entre otros, por todos bien conocidos, títulos?

La respuesta a esta pregunta se encuentra en la misma esencia de estos libros, todos comparten la característica atemporal que los hace clásicos; No importa si lo leíste en 1990, 2007 o ayer, siempre conoceremos a alguien como Aureliano Buendía, que repita sus acciones, sus ideas, pero más importante aún, que pueda sentir lo que éste personaje puede transmitir.

Hoy ya no existen las batallas épicas fuera de las puertas de grandes ciudades grecolatinas, sin embargo, persiste el excitante sentimiento de la victoria o superioridad y por más que tratemos de negarlo, el  terrible sentimiento de la derrota es uno de los más presentes.

Creas o no en el infierno, nadie podemos negar el amargo y horripilante sentimiento que nos produce el escuchar la narración de dante y su acompañante Virgilio, eso lo sentimos hoy y lo sentiremos siempre, cuando menos mientras el humano pierda su esencia.

Esta atemporalidad propia de un clásico, permite que sintamos la gratificación de la recaída del peso de la justicia sobre el coronel Jessup y es esta misma la que nos sirve como espejo, en el cual podemos vernos reflejados y examinar, que hemos hecho, que estamos haciendo y a donde vamos. 

«Cuestión de honor», toca uno de los temas más sensibles para los Estados unidos y América latina, de hecho ha sido el fantasma de ésta última durante décadas, las fuerzas armadas, su libertad, manejo y propósito. 

La conducción de las fuerzas armadas y la seguridad nacional ha sido el gran tema de nuestro continente, las dictaduras militares han abundado y la injerencia del gigante americano solo ha complicado la situación; «Cuestión de honor» nos recuerda que tienen que existir mecanismos efectivos de regulación y control de las fuerzas que garanticen los derechos humanos.

Estando ubicado el hecho detonante en Guantánamo, es un guiño que nos recuerda el interés americano en que existan conflictos armados y presencia militar en el sur del continente, con el pretexto de “mantener el orden”, pero realmente el empoderamiento ilimitado de las fuerzas de seguridad ¿es benéfico, o solo causa más daño de lo que pensamos?

Los clásicos son siempre un buen espejo de la actualidad y «Cuestión de honor» nos presenta una excelente oportunidad para analizar la actualidad de, entre otros países, Ecuador, donde la situación es cada vez más crítica y las fuerzas armadas tomaron el control del país.

Para evitar una crisis peor debemos cuestionarnos el rol y propósito de la libertad de los militares, buscar mecanismos civiles de regulación y seguir consumiendo clásicos para ampliar nuestro panorama y evitar… Repetir la desagradable historia. 

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Cultura

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