¡Larga vida al club!
Por Santiago Miranda
¿Quién dijo que en Latinoamérica no existes el buen cine?
Es en mi opinión un comentario muy frecuente, y una práctica aún más común, el desprestigiar, demeritar o simplemente ignorar todo aquel cine que no haya sido producido en las grandes productoras de Hollywood o los pequeños estudios de cine francés y europeos.

En Latinoamérica no tendremos los inmensos presupuestos de millones de dólares, ni las más vanguardistas tecnologías de la producción, ni los gigantes presupuestos de publicidad ni difusión, pero lo que definitivamente tenemos, es una imaginación inconmensurable, alta calidad técnica y muchas historias por contar.
De igual forma, en Latinoamérica, tenemos, desafortunadamente, una iglesia poderosísima, que goza de una influencia en todos los niveles de la sociedad, desde el gobierno y las autoridades locales, hasta en los valores y la moral de la población.
Este poder puede llegar a no ser tan negativo cuando se trata de ofrecer una guía moral a las personas o cuando se defienden causas justas e intercede ante las autoridades; Pero cuando este poder es utilizado para encubrir criminales u ofrecerles protección a pederastas y violadores, es verdaderamente repugnante y lamentablemente, más común de lo que pensamos.

El club es una película chilena filmada hace aproximadamente 10 años, en el 2015. De la mano del director Pablo Larraín, este largometraje nos lleva y transporta al interior de lo que aparenta ser una casa de descanso común, pero nada corriente. A cargo de una hermana que dirige la operación y el funcionamiento de la casa, se encuentran 4 padres de la iglesia católica, que habitan allí.
Nada más comenzar la película, llega a la casa un nuevo miembro, el padre Matías Lazcano, de entrada, con una mirada de incredulidad y desconcierto, trata de incorporarse, cuando de repente, un evento impactante ocurre y el padre se suicida delante de sus nuevos compañeros.

Poco a poco las cosas que no hacían sentido y no encajaban comienzan a cuadrar y descubrimos que esa no es una simple casa de retiro de curas, sino, una casa de penitencia.
Con una fotografía impecable y una alta factura técnica, el club toca las fibras más sensibles de la iglesia católica y deja al descubierto su lado más sangriento, más asqueroso y simplemente más humano, dejándonos ver también lo más asqueroso del latinoamericano. Sin escenas particularmente asquerosas o sensibles, logra transmitirnos una crudeza digna de los mejores filmes daneses.
El club, como otras tantas joyas artísticas producidas en el sur del continente, arrasó en Europa y sus festivales, más no fue tan difundida ni valorada en su lugar de origen, probablemente por la influencia de la santa, católica, apostólica y romana. Pero nunca lo sabremos.
I

El club es una desgarradora pieza, tan milimétrica y con una muy fría planeación que no vale la pena perderse, nos demuestra, a su vez, la gran necesidad de los cineastas Latinos de ser vistos y ofrecerles una voz a estas maravillosas películas que la mayor parte del tiempo son silenciadas por ser incómodas u opacadas por las grandes y vacías producciones.
Prestemos más atención a las joyas del cine Latinoamericano para que nunca se nos pase por la cabeza que “En Latinoamérica no hay buen cine”
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