La muerte como tema de Arte
por Valeria Espinoza
Memento mori… “Recuerda que morirás”.
Es dicho que lo único seguro en la vida es que un día tendremos que morir, sea cual sea nuestra creencia de lo que pasa después. Las primeras imágenes hechas por el ser humano, íntimamente ligadas a lo espiritual, fueron de carácter ritual y funerario. Se puede decir que el arte surgió cuando el hombre tomó conciencia de la muerte y, a partir de ese momento, se ha hecho una temática recurrente de las manifestaciones artísticas a lo largo del tiempo.
En las primeras civilizaciones, se encuentran numerosas figurillas funerarias o de culto a dioses de la muerte. En oriente hay un sinfín de representaciones del Mahaparinirvana, o muerte del Buddha; los helenos nos dieron un personaje como Orfeo y su terrible destino para representar a través de los años; el cristianismo nos brindó un gran repertorio de historias de muerte, perpetuadas con imágenes de profundo y poético dolor como La Piedad. Shakespeare aportó figuras como Ofelia, Hamlet y los amantes de Verona, que han servido de modelos para la historia del arte por años. Sobra decir que nunca han faltado en el mundo grandes lienzos de fatales y heroicas guerras, además de infinitas representaciones —y presentaciones— de calaveras, esqueletos y cadáveres. En el arte contemporáneo los artistas no han cesado de jugar con las ideas de muerte, decadencia y permanencia.
Mahaparanirvana s. II, Pakistán, vía Pinterest; Everett Millais, Ofelia, s. XIX vía, Harte con Hache ; Ary Scheffer, Orfeo de luto por la muerte de Eurídice, 1814, vía chateauversailles-spectacles.fr.
Visiones sobre la muerte existen muchas, pero es la forma en que se asimilan en cada cultura y el cómo esa conjunción se plasma en el arte lo más interesante. México, por ejemplo, destaca por su particular acercamiento a la imagen de la muerte, y mucho se ha dicho de cómo es tradición burlarse de ella y a la vez tenerle el más íntimo respeto. Aparecen en Mesoamérica múltiples representaciones de guerras, dioses, sacrificios, xoloitzcuintles (acompañantes en el inframundo) y tzompantli (muro de cráneos). Durante la primera mitad del siglo xx los grandes muralistas hicieron famosos a los revolucionarios caídos en un México que prometía prosperar y, antes de ellos, José Guadalupe Posada gustaba de hacer esqueletos vivaces y satíricos, forjando en el imaginario colectivo la imagen de la famosa Catrina. Hoy en día, esta temática sigue siendo explorada en país, y artistas como Teresa Margolles y el colectivo de la SEMEFO examinan artísticamente la muerte orgánica como reflexión y denuncia hacia la situación nacional de caos.
Díbujo de tzompantli en Tovar Codex, 1587, vía newhistorian.com ; José Guadalupe Posada, vía NeoMexicanismos y Teresa Margolles, Dermis, 1996, vía craniumcorporation.org
¿Pero por qué la recurrencia a la muerte? El arte sirve, de alguna u otra manera, como un medio que permite plasmar la preocupación y el temor del hombre por la muerte, su aceptación, o simplemente representar aquello que es completamente inevitable. Ya sea con la intención de tener una experiencia estética, hacer un ejercicio analítico, o por mera contemplación, nos enfrentamos a la muerte a mediante la obra, porque morir es consecuencia de la vida, y una condición humana reflexionar sobre ella.
Hay quienes creen que el arte es indispensable para el ser humano; por esa razón es inherente a la vida, ergo a la muerte. Mientras exista arte, seguirá habiendo representaciones relacionadas con ésta, ya sea como un ente siempre acechante, como potencia latente, o como una compañera sensual en el baile de la existencia. Se tome como una invitación a celebrar la vida o a recapacitar sobre nuestra fragilidad, el arte siempre estará ahí para recitar: Memento mori… “Recuerda que morirás”.
Imagen en portada: Illya Repin, Ivan «el Terrible» asesina a su hijo, 1885.