A 39 años de la Revolución Sandinista: Las heridas que aún no cierran y los ideales que se han perdido
Por: Abraham Juárez
Es difícil ignorar el dolor de un pueblo que vive bajo el régimen de una dictadura, sea de izquierda o de derecha; más aún si es latinoamericano.
En la Isla de Minerva nos caracterizamos por no ser políticamente correctos y también críticos; en esa tesitura vemos que la represión que sucede en Nicaragua no se puede permitir, aunque venga de alguien que ha sufrido una dictadura o que se considera de izquierda, es más, con ese argumento se debe de ser consciente de lo que se sufre en una revuelta y entender que los tiempos han cambiado, esperamos, por el bien del pueblo hermano de aquel país, las cosas se solucionen lo más pronto posible.
Un 19 de julio pero de 1979 un pueblo se intentaba levantar de entre madres sin hijos, casas derruidas, campos quemados y vidas perdidas. Hoy hace 39 años, una sociedad decía ¡BASTA! al unisón de sus corazones y sus puños; serían sus manos las que construirán su futuro y no los látigos y los caprichos de unos cuantos. No fue un día cualquiera, fue la anatema de una lucha que se ganó desde sus corazones rojos y rebeldes. Hace 39 años Nicaragua sacaba de sus tierras a una familia de dictadores pero lo más importante, pateaba el trasero al intervencionismo norteamericano.

Augusto César Sandino fue un general que luchó contra los estadounidenses cuando estos últimos habían invadido Nicaragua –no se le puede llamar de otra manera a sus acciones–. El general Sandino formó un grupo de revolucionarios y logró expulsar a los gringos de su territorio, sin embargo, el traidor –no puedo llamar de otra manera a alguien que se alía con el país invasor– Anastasio Somoza García lo asesinó. Fueron armas norteamericanas y manos de traidores, los que cegaron la vida de Sandino. Pero a las leyendas no se les puedes matar, porque ellas nunca mueren.

Anastasio Somoza García siguió su camino de traición, primero a su tío político –presidente de Nicaragua en ese momento– y luego a su nación. Su artimaña se consumó con el golpe de Estado que dio en 1937 apoyado en las sombras por EE.UU, pese a la política de “Buen vecino” que Franklin D. Roosevelt proclamó por la entrada de su país en la Segunda Guerra Mundial.

La familia Somoza timoneó a Nicaragua como barco de esclavos, a látigo y carencias para sus población, esperando vender al mejor postor a su gente. Fue para 1956 que el patriarca de la familia, el traidor Anastasio Somoza García, recibió las balas que llevaban su nombre tiempo atrás, muriendo el 29 de septiembre de 1956, 5 días después de su atentado.
El vástago de Anastasio Somoza, Luis Anastasio Somoza Debayle, tomó el poder que había quedado vacío tras la muerte de su progenitor, como si de una monarquía medieval se tratase. El cachorro del Chacal radicó en EE.UU. siendo cercano al gobierno norteamericano y por ende, siguiendo las ordenes del país del norte, siempre y cuando no se interpusiera entre sus intereses económicos personales y familiares. Lo seguiría su hermano Anastasio Somoza Debayle en el poder, para así mantener una dinastía dictatorial.

El sufrimiento y la desigualdad social, al igual que la disidencia, nunca podrán ser contenidas por ningún sistema o gobierno. La década de los sesenta fue de mucha agitación, la ola de pensamientos de corte marxista y socialistas, así como la lucha por la autodeterminación de los países periféricos, impregnó los movimientos guerrilleros de centroamérica –que no huelga decir que es una historia apasionante aunque desgarradora, la vivida por aquellos países–, aunado a ellos, la teología de la liberación caló hondo entre la población que buscaba una solución para sus problemas.
Dentro y fuera de aquellos países centroamericanos personajes de suma importancia histórica y rebelde –muchos desde el exilio y varios en México– ideaban la manera de derrocar los títeres dictadores de cada uno de sus países. Nicaragua no fue la excepción, el olor a pólvora, sangre y lágrimas impregnaba las calles, era el combustible que encendía las protestas. En 1961, entre las luchas contra la dictadura de los Somoza, nació un movimiento de nombre El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que inicialmente fue organizado por Carlos Fonseca Amador, Santos López, Tomás Borge, Silvio Mayorga y otros. Habían pasado 28 años desde que el general Augusto César Sandino había luchado contra los estadounidenses y sus gobernantes títeres, tristemente, nada había cambiado para 1961.

Fueron 18 años de luchas en los que el FSLN tuvo que enfrentar, años de mal comer, de asesinatos, sufrimiento, esconderse en las montañas, de familias separadas, de trasnochar, sin embargo, lo lograron, el Frente Sandinista de Liberación Nacional entra en Managua el 19 de julio de 1979 poniendo fin a la etapa dictatorial somocista.
Después de la victoria del FSLN, éste estuvo en el gobierno en el periodo entre 1979 y 1990, logrando grandes avances sociales en favor de la población, entre ellos los de salud, alfabetización, inclusión social, entre otros. Aunque la intervención de EE.UU. nunca cesó, de ello da cuenta las guerrillas entrenadas por la C.I.A., lo llamados Contra. Regresaron al gobierno en 2006 hasta la actualidad, siendo José Daniel Ortega uno de los que entró triunfante hace 39 años, y que ejerció el poder en los periodos en que el FSLN estuvo a cargo de Nicaragua.

Contar toda la historia de la guerrilla nicaragüense sería imposible en un artículo tan corto como éste así que pido una disculpa al respetable, a la historia y memoria de los guerrilleros del FSLN, pero creo que el combate que vivió el comandante Julio Buitrago Urroz ejemplifica los sufrido por el FSLN:
Julio Buitrago se encontraba en la esquina de una vivienda en el barrio Las Delicias del Volga en Managua. Sentado, con su ropa rasgada y sucia, soñando con lo que algún día sería su país, deseaba un mejor futuro para sus compatriotas y su familia; mientras tanto, fuera de la casa, 300 hombres descargando la furia de sus armas, un tanque y bombardeos constantes por parte de una avioneta le trataban de distraer de su sueño, 3 horas de constante asedio, de querer extirparle sus ideales, de hacerlo desistir pero no pudieron ni en ese momento ni nunca. Su cuerpo lo abandonó, más no su sueño.
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