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Si ven a Shiro, díganle que yo sí me acuerdo y le deseo lo mejor

Por la mujer caja

Basada en una historia real, por más ficticia que parezca.

Hace unos siete años, mi mamá se encontró a un «chino» en el hospital en el  que trabajaba que, según le dijeron, le echaba ganas y hasta brillaba de limpio. A mi santa progenitora, obsesiva de la limpieza, le vino como anillo al dedo pues buscaba a alguien que le ayudara a limpiar porque encontró dos partículas de polvo y una telaraña, y pues ya,  la casa era un desastre. Por medio de sus conocidos, lo contactó y un día nos avisó que el «chino» vendría a casa… le hice varias preguntas y después de unas pláticas aclaratorias y disgustos geográficos quedamos que sí, era asiático, pero era de Japón.

Pero ¡Exacto! Yo puse la misma cara que ustedes pusieron a leer esto: «¡¿Un japo de limpia casas?!» En mi mente siempre tienen traje y su hábitat natural son las oficinas de edificios con paredes de cristal. Para serles sincera, yo creo que a mi mamá le invadió la curiosidad, misma que derivó en el morbo y, posiblemente,  por aquello del «You Only Live Once» , se lo trajo a la casa un sábado. 

Este japonés era un hombre bajito de 22 años, con un corte que parecía inspirado en Takeshi de «La señorita cometa». De sus facciones, la verdad es que ya no me acuerdo mucho, pero pues dejémoslo en que parecía japonés. Uno bastante risueño, cabe señalar. Su nombre era Shiro… a secas.  Después de un rato, y de encontrarlo con una escoba sobre mi closet, (así medio ninja la cosa), se sentó a comer. La escena era similar un rondín de zopilotes, esperando a que cayera en las redes y hablará sobre cómo terminó aquí. Y así fue, entre tortillas y sopa de estrellita como incentivos, nos lo contó:  

La historia de Shiro

Es muy duro estar solo, no tener nadie con quien platicar, con quien contar…. Todo ese tiempo que viajé sin un lugar a dónde ir, te encuentras «amigos» que te quieren meter a cosas malas pero si a veces no tenía para comer, ¿cómo le hubiera hecho para mantener un vicio? Por eso me decidí venir para acá, para probar suerte  y no me ha ido tan mal aunque la soledad es muy fea.  Pero no regresaría a Japón.  Aquí ya he hecho mi vida, aquí está todo: mis amigos, mi casa…- 

Llegó de Japón desde que era muy pequeño, pero no recordaba de dónde, ni a su padre ni a su familia. De la mano de su madre, recorrió medio país hasta llegar a Ciudad Juárez, Chihuahua. Se asentaron en aquél lugar, en donde su madre se convirtió en comerciante. Vivían en un departamento de un edificio viejo. Pasaron algunos años en aquél lugar y parecía que todo iba bien. Su madre, una mujer, dijo Shiro, de carácter fuerte y decidido, había sabido administrar bien su dinero y no les faltaba nada. Pero, murió repentinamente una tarde, dice él que fue de un enojo. Estaban los dos en casa cuando simplemente la vio caer al piso, trató de ayudarla, de hablarle, pero nada se pudo hacer. Los vecinos informaron a la policía y llegaron hasta aquél edificio. Sacaron a Shiro de su casa y no lo dejaron volver. Se lo llevaron a una casa hogar para varones.

Nunca supo en dónde quedó la tumba de su mamá.

Aprendió castellano, a leer y a escribir en la casa hogar. A los 16 años decidió independizarse y salir de ahí. Se embarcó hacia un viaje sin destino por los estados del norte, sin el mínimo deseo de ir a Estados Unidos y muy firme, nos comentó –Mi mamá dijo que allá las personas son malas, que jamás pensara irme y no lo voy a hacer-.  De acuerdo con lo que nos contó, trabajó en varios lugares, haciéndola de todo.  Conoció gente que trató de inducirlo a vicios, pero las palabras de su madre siempre estuvieron presentes, «Aléjate de todo lo que te haga daño». Vivió sólo, quizá conoció a una que otra chica, pero no es algo de lo que se habla comiendo sopa de estrellitas.

Shiro, siempre de viaje, sin lugar a dónde ir y sin un hogar que le esperara.

Llegó a los 19 años a la Cuidad de México, pero aquí las cosas son más complicadas. En cualquier trabajo al que iba, le pedían papeles, pero era ilegal, pero necesitaban al menos una acta de nacimiento. Pero no tenía nada, ningún documento importante que dijera que él era verdaderamente él.  Entonces, escuchó de un programa en televisión que ayudaba a personas, y que por más imposibles que parecieran los problemas, siempre tenían una solución. Acudió a aquel programa llamado «A quién corresponda» en dónde le brindaron ayuda, lo contactaron con la embajada de Japón en dónde explicaron su situación, pero la respuesta de ésta fue definitiva   – Tú no eres japonés, tú eres chino, aprendiste el idioma en algún lado. Tú no eres japonés-.  Trataron varias veces, pero no pudieron. En México, tampoco podían ayudar, sin papeles y sin dinero no se puede hacer nada.

Sin recuerdos de allá y sin que reconocieran su existencia aquí.

Consiguió algunos trabajos temporales, mal pagados y sin derechos. Trató algunas veces más de ir a la embajada japonesa, pero la respuesta seguía siendo la misma. Una reportera en Japón se enteró de su historia y vino a hacer un reportaje sobre su vida, y si alguna persona lo reconocía en aquél lugar al ver su rostro en la televisión, ella se lo haría saber de inmediato. Encontró un buen lugar para vivir en Santa Maria la Ribera, una persona bondadosa que lo contrató como conserje con una paga aceptable en un Hospital de gobierno en Avenida Universidad.

¿Qué fue de él? No lo sé, jamás lo volví a ver. El trayecto a mi casa era cruzar toda la ciudad y no le pareció conveniente.  Aunque de algo estoy segura,  Shiro y yo teníamos la misma edad en ese tiempo,  supongo que entonces debe de tener 28 años. Por supuesto unos días me dejo llevar y me pregunto ¿cómo seguirá?,  ¿se habrá conseguido la novia que tanto quería?, ¿seguirá en la ciudad?  ¿ aún comera 15 tortillas en cada comida?  Otros días solo espero que siga sonriendo a pesar de los malos recuerdos y los malos ratos. 

Y así es, uno de esos encuentros fortuitos de ciudad. Yo sé lo difícil que  será creer esta historia, pero no la escribo para convencerlos. Solamente porque así como en el títulosi ven a Shiro, díganle que yo sí me acuerdo y le deseo lo mejor.

 

imagen en portada: ProfileRehab

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