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La mayor derrota de Napoleón

Por Jorge Isaac García Nava

Los grandes generales de la historia a veces se enfrentan en batallas imposibles de ganar, donde no importa el coraje o la inteligencia y que usualmente marcan un antes y un después en la carrera del soldado: Zama para Aníbal, Mollwitz para Federico II y Waterloo para Napoleón. Pero este último sufrió una derrota mucho más humillante que aquella sufrida el 18 de junio de 1815 y ante un enemigo mucho más exótico.

Las raíces de este oscuro conflicto se encuentran en la firma de los Tratados de Tilsit el 7 y 9 de julio de 1807, posterior a la victoria francesa en Friedland y bajo los cuales tanto Rusia como Prusia perdían territorios, así como ayudarían a la Francia napoleónica en su guerra contra el Reino Unido y para celebrar esta victoria el emperador Napoleón le pidió ayuda a Louis Alexandre Berthier, su mano derecha, para organizar un banquete para los oficiales del ejército francés. Pero un banquete normal no sería lo que el Mariscal tenía en mente sino algo más entretenido, algo digno de oficiales del ejército: una cacería con cena.

La idea no era nada mala (un poco cruel a nuestros ojos modernos pero normal para su tiempo) ya que Berthier compró cientos de conejos a los granjeros locales y su plan era que cada uno de los oficiales, incluyendo al emperador, cazara uno o varios conejos, posteriormente podrían cocinarlos y servirles el fruto de su esfuerzo, compartir risas y un delicioso vino francés; sería una gran cena interactiva digna de una gran victoria como la que acababan de conseguir.

Conejón Bonaparte

Cuando los oficiales y el emperador llegaron al lugar de evento, encontraron a cientos de rellenos conejos se movían en varias jaulas puestas al borde de un espacio preparado para la ocasión, no había nada que impidiera la visión de los mamíferos, los duros oficiales se colocaron en una línea, seguramente compartiendo risas y momentos después fueron testigos de la apertura de las jaula. Entonces comenzó el terror: los conejitos avanzan en la dirección de los hombres, no huían de ellos; todos esperaban que con el sonido del primer disparo los conejos salieran aterrados y la caza comenzaría pero no, como una línea de bien entrenada infantería los orejones avanzaban hacia los oficiales sin miedo, sin vacilación. Al primero comenzaron las risas e incluso burlas y comparaciones con las formaciones rusas o prusianas, hubo un par de disparos más, dos o tres colitas esponjosas dejaron de moverse pero la masa seguía avanzando hacia ellos, cada vez más cerca.

Los mamíferos parecían saber a quién se enfrentaban e incluso hacían formaciones: columnas de orejas se dividían para acercase a cada uno de los soldados y una, particularmente tierna tomo dirección al propio Napoleón. Cuando los conejos se acercaron demasiado a los hombres, estos se defendieron primero a golpes y patadas, el terror aumentando a cada momento; que irónico sería morir rodeado por conejos cuando acababan de sobrevivir las cargas de caballería rusa y las piezas de artillería prusianas ¿no? Los hombres, oficiales endurecidos en años de combates, muchos de ellos veteranos desde la revolución francesa intentaron formar cuadros, generar líneas de defensa pero sin importar lo que hicieran, los peludos animales seguían viniendo. Al final, el emperador dio la orden que todos esperaban: ¡Retirada!

Estos conejos lograron lo que los dragones rusos no: hicieron romper filas al estado mayor francés y los hombres, la crema y nata del ejército, huyeron en dirección a sus carrozas, sonaron la retirada y la vieja guardia, aquella que no se retira, solo muere por fin encontró a un digno enemigo. Pero aquí no acaba la Primera Gran Guerra del Conejo, sino que estos dientudos animales consiguieron algo más: rodearon al emperador francés y lo atacaron, saltaron sobre él, lo rodearon y hubieran acabado con el comandante enemigo de no ser porque el mismo Berthier organizó una defensa con los conductores de las carrozas y a base de latigazos lograron rescatar a Napoleón, después de su rescate dio la orden de subir a los carros y huir, dejando el campo a los vencedores del combate.

Lamentablemente para Napoleón y el estado mayor francés, los conejos aún tenían fuerza en las piernas y valor en el pecho, ya que los persiguieron hasta sus carros, donde alcanzaron a los cansados soldados y a donde comenzaron a subir, empeñados en no dejar escapar a su objetivo y comenzar, con la muerte del mejor general que la humanidad ha visto, la rebelión de los conejos. El evento terminó con una pequeña victoria para los peludos ya que hicieron huir a los hombres más valientes de Francia, quienes, se dice, tuvieron que lanzar conejos por las ventanas de sus carrozas ya que hasta ahí habían llegado algunos pero al final los conejos fallaron en su objetivo ya que Napoleón no sucumbió ante la ola de patitas y bigotes, sino que escapó para continuar la guerra entre humanos. Y, sin embargo, de acuerdo con las memorias del general Thiérault, algunos de ellos consiguieron una victoria, si bien no física más bien espiritual, ya que algunos de los más valientes animalillos se aferraron al carruaje y llegaron hasta Paris, de esa forma entraron, en clara persecución, a la capital de la nación que mantuvo a Europa de rodillas y tras el hombre que muchos consideran el mejor general que jamás ha caminado.

El emperador de los conejos

Ahora bien, el mismo Thiérault nos da una explicación al hecho que suena lógica y que en la verdad, más allá de mi relato dramático de la primera batalla de la Primera Gran Guerra del Conejo y se las relataré ahora: los conejos que llevaron al evento no eran salvajes, sino de granja. Contrario a sus primeros del bosque, un conejo de granja cuando ve a un humano, asume que es hora de comer y se acerca para recibir su alimento. Así es la vida para un animal de granja y en este caso, los animalillos se dirigieron a los hombres que veían para recibir su alimento. Por eso se acercaban, retozaban y se dirigían como con un objetivo hacia ellos, realmente lo hacían de forma caótica como un animal puede pero en la mente de un general, la organización natural pareció una organización militar y al verse rodeados, solo hicieron que lo harías cuando un enemigo te rodea: tocar la diana y retirarse del combate.

Por cierto, he de confesar un poco de exageración poética ya que Thiérault nos cuenta que esto le pasó solo a Napoleón, no a todo el estado mayor pero ¿no sería la mejor de las batallas?

Referencias:

Categorías

historia

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