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“Esta película está dedicada a los valientes guerreros muyahidines de Afganistán” o de cómo Rambo creó a los talibanes

Por Mtro. Juan Carlos Esparza

Éste es Afganistán. Alejandro Magno intentó conquistar este país. Después, Gengis Kan; después, los británicos y ahora, Rusia. Pero los afganos sabemos pelear. Nunca nos derrotarán. Los enemigos antiguos crearon una oración. ¿Te gustaría oírla?

– Sí

Muy bien. Dice así: «Que Dios nos libre del veneno de la cobra, de los dientes del tigre y de la venganza de los afganos».

Rambo III (1988)

La nación centroasiática de Afganistán ha sido por siglos un territorio en disputa por los grandes imperios de la humanidad. Ya en el siglo XIX, en medio de las ambiciones colonialistas de Inglaterra y Rusia, fue escenario el “Gran juego” o el “Torneo de Sombras” como le llamaron unos y otros, por el control del enorme territorio que va del Cáucaso hasta las fronteras del subcontinente indio.

En este contexto, se produjeron en un periodo de ochenta años las tres Guerras Anglo Afganas: la primera, de 1839-1842, derivada del injerencismo británico para que Afganistán expulsara al representante del Imperio Ruso; la segunda, de 1878-1880, como una continuidad de los mismos motivos, lo que dio como resultado una paz costosa por la que Afganistán tuvo que ceder el control de sus relaciones exteriores a Inglaterra; y la tercera, un breve enfrentamiento entre mayo y agosto de 1919 por la que se afirmaron las fronteras con la India Británica (en la parte occidental del actual Pakistán) bajo el acuerdo de la recuperación de la soberanía diplomática.

Después de cierta paz, la monarquía afgana alcanzó en los años sesenta una forma de vida occidentalizada, comparable, a excepción de la represión, con el Irán del Sha Reza Pahlevi, hasta que en 1973 se produjo el Golpe de Estado, dirigido por el primer ministro, Mohammed Daud Khan, quien era el primo del rey, Mohammed Zahir Shahq. Así quedó proclamada la República de Afganistán, también llamada “República de Daoud”, un régimen que anunció grandes promesas de progreso que nunca llegaron y que le mereció entre la población el nada honroso apelativo de “el gobierno de no hacer nada”, aunque en su favor habrá que reconocer los notables avances en materia educativa, especialmente para las mujeres. No obstante, por su simpatía hacia occidente, este régimen despertó la desconfianza de la Unión Soviética.

En abril de 1978, Daoud fue derrocado por la acción del Partido Democrático Popular de Afganistán, de ideología comunista el cual, cinco años antes lo había ayudado a llegar al poder, pero que fue relegado y reprimido durante su gobierno. Este partido se había escindido en ese periodo, pero bajo la asesoría soviética pudo reunificarse para encabezar la llamada Revolución Saur (segundo mes del calendario persa, equivalente a abril).

Este nuevo gobierno comunista de inmediato firmó con la URSS tratados de cooperación civil y militar y en lo interno, pronto se produjeron cambios como la supresión de las deudas injustas de los campesinos, la reforma agraria, campañas de alfabetización masiva, políticas de secularización religiosa, promulgación de leyes del salario mínimo y, en el caso de los derechos de las mujeres, la abolición del uso del burka, de la dote en los matrimonios y el acceso a los estudios, al trabajo y a la vida pública. Todas estas medidas fueron recibidas tanto con beneplácito como con sumo rechazo por los sectores tradicionalistas de la población.

Este gobierno, sin embargo, no pudo mantener la cohesión interior, pues en septiembre de 1979, Hafizullah Amín, alto funcionario del Partido Democrático Popular de Afganistán y del gobierno presidido por Nur Mohammad Taraki, comenzó una purga que abarcó tanto a la oposición como a al mismo Taraki para convertirse así en un dictador personalista.

Es en este momento que comenzaron a moverse nuevos intereses en la geopolítica de la Guerra Fría en un nuevo escenario, pues la KGB reveló que desde el golpe de 1973, Amín estaba respaldado por Pakistán y la CIA con el objetivo de armar a las guerrillas de los grupos tradicionalistas anticomunistas conocidas como muyahidines (cuyo significado es “aquel que lucha siguiendo a su fe” y que son la base del futuro grupo radicalizado de los talibanes); de colocar misiles apuntando a la Unión Soviética, tal como había sucedido con los de Turquía en los años sesenta y, favorecer con el uranio afgano a Pakistán, para el desarrollo de su programa nuclear en el contexto de su rivalidad con la India como agradecimiento por su apoyo en esta operación.

El presidente James Earl Carter (1977-1981) firmó el decreto para armar a los muyahidines, de acuerdo con el plan presentado por el consejero de Seguridad Nacional de origen polaco, Zbigniew Brzezinski, con la idea que a la larga resultó exitosa, de provocarle a la Unión Soviética un conflicto largo y costosos que equivaliera al propio fracaso estadounidense en Vietnam, justo al sur de su frontera, en las proximidades de los actuales Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán.

Así pues, los enemigos de Amín dentro del Partido solicitaron directamente al Kremlin su intervención para eliminarlo a través de un ataque llamado Operación Tormenta-333 el 27 de diciembre de 1979, lo que marcó el principio de la presencia soviética en el país. Inmediatamente, desde la Casa Blanca, Carter emitió su “doctrina”: Estados Unidos impediría que cualquier otro país se hiciese con el control del golfo Pérsico y, para lograrlo, dispuso de su fuerza naval para “proteger” el tránsito del petróleo. Esto debe entenderse dentro del contexto la crisis económica que generó a nivel mundial el boicot de los países árabes a la venta del “oro negro” hacia occidente en 1973 como consecuencia del apoyo al Estado de Israel.

Las acciones fueron más allá, pues Carter canceló el acuerdo con la URSS para la venta de granos que tenía como finalidad llevar una buena relación comercial entre las dos potencias en el contexto de la “Distensión” entre los dos históricos rivales. En realidad, esta decisión perjudicó más a los agricultores estadounidenses que a la Unión Soviética. También ordenó que su país no participara en los próximos Juegos Olímpicos de Moscú 1980.

Este plan, llamado Operación Ciclón, fue continuado por su sucesor, Ronald Reagan (1981-1989), quien restauró una dura política anticomunista a través de intervencionismo en escenarios como Angola y Nicaragua a través del financiamiento y entrenamiento de grupos opositores a los regímenes de izquierda, aún con métodos terroristas, pero el caso afgano fue el más costoso de su época. Durante la siguiente década, la CIA entrenó y equipó a las guerrillas muyahidín, razón por la cual, el Ejército Rojo permaneció como fuerza invasora, mientras que la publicidad estadounidense transformó aquellos hechos en un apoyo a las fuerzas de liberación. Un cálculo aproximado de los guerrilleros entrenados a partir de las primeras injerencias clandestinas en 1973 y hasta 1992 arroja la cifra de 100 000 muyahidines, esto sin contar a los miles de voluntarios, principalmente de Arabia Saudita, que se unieron a la lucha, entre ellos el millonario Osama Bin Laden. Entre la información conocida se sabe que Estados Unidos otorgó, ya sea por concepto de venta de armamento y vehículos militares como cazas F-16 y Misiles Stinger, capaces de derribar los helicópteros soviéticos, en dos “paquetes de asistencia” cada seis años, entre 1981-1987, primero y de 1987 a 1993, cerca de 30 880 millones de dólares, esto sin considerar el financiamiento aportado por Israel. No hay que olvidar que Reagan declaró que aquellos hombres eran “los equivalentes morales de los Padres Fundadores de los Estados Unidos”.

En todo este tiempo, los servicios de inteligencia pakistaníes sirvieron de intermediarios y su territorio, de refugio para los grupos islamistas más radicales. Igualmente participaron en financiamiento la inteligencia y la aviación británicas, de Arabia Saudita y de China, país que recién había establecido relaciones diplomáticas con Estados Unidos bajo la administración Carter en seguimiento a los acercamientos que Nixon había comenzado desde 1971 por el distanciamiento de ese país con la URSS.

La llamada Guerra Afgano Soviética se prolongó por 10 años, de 1979 a 1989 y, efectivamente, fue su versión desértica de Vietnam y un factor decisivo, junto con el excesivo gasto burocrático y militar, y las erráticas políticas aperturistas del Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijaíl Gobachov, la Glasnost y la Perestroika (aunque alabadas en occidente), para el colapso del coloso euroasiático en 1991.

Tras el retiro del Ejército Rojo, la guerra interna se prolongó hasta 1992 y Estados Unidos cortó el financiamiento a los muyahidines, así como toda la asistencia a refugiados afganos en Pakistán.

Durante la guerra, se fomentó la creación de madrazas o escuelas donde se estudia el Corán, sobre todo para los niños huérfanos; sin embargo, en las creadas por los muyahidines, se impartió una visión idealizada de la de la yihad y del martirio, que construyeron la ideología de una nueva forma de grupo armado integrado por los veteranos y por aquellos jóvenes que, finalmente, se hizo del poder en Afganistán en 1996: los Talibanes, palabra que significa “estudiantes”.

Las atrocidades que cometió este régimen abarcan todos los ámbitos de la cultura y la dignidad humana, desde la destrucción del ancestral patrimonio material, como los gigantescos Budas tallados en roca de Bamiyán, hasta la opresión de la mujer, de la cual, la imposición del burka es la menos grave, pues abundaron las lapidaciones, violaciones masivas y las mutilaciones.

El resto de la historia es conocida en el contexto de las guerras de George W. Bush (2001-2009) contra el “Terror”: Osama bin Laden dirigió la organización terrorista Al-Qaeda desde suelo afgano, respaldado por el régimen talibán, todos ellos formados por Estados Unidos, pero esta vez, la narrativa cambió, pues aquellos “valientes guerreros” a los que se le dedicó la película de Rambo III ahora eran los mayores enemigos de la civilización occidental.

Tras veinte años de ocupación militar estadounidense, hoy los talibanes han regresado al poder, lo que ha provocado el terror interno y la indignación del mundo, pero ya lo dijo el presidente Joseph Biden: “nuestra misión en el país nunca fue construir una nación”.

¿Alguna vez lo ha sido?

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