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La crónica de los que llegaron

En portada: una calle del Ajusco con el logo de la casa de los fundadores de la colonia.

Por Flor Juárez

 

Es que los chilangos piensan que pasando periférico se les acabó la ciudad y cuando llegan acá piensan que es provincia.
– Escuchado de camino al Ajusco, 2013

No sé bien cuando las cosas comenzaron a cambiar. De pronto, un día por la mañana, noté los ríos de luces rojas de coches en picada a desembocar a la ciudad. Todos llegamos acá, porque aún este lugar siendo parte de la ciudad, es un lugar olvidado; somos un limbo. Una especie de paraíso de los que huyen, de los que ya no caben allá abajo. Acá todos llegan. Nos volvemos parte de los ríos de luces rojas que inundan la ciudad.

No importa qué día, siempre encuentro camionetas desvencijadas para la mudanza y coches con colchones amarrados en el toldo, sillas, mesas y electrodomésticos acomodados como si fuera un juego de tetris. Ellos se esparcieron entre los otros tantos que habíamos llegado antes. Las placas los delataron, bajaron del norte, subieron del sur y de más allá. Se acomodaron en la «gran oferta de los últimos departamentos con dos recámaras, un baño y medio y estacionamiento», como dicen los anuncios de las lonas que decoran las calles con banderitas de colores que cruzan la calle de lado a lado.

Así llegaron familias enteras peregrinando hacia lo más alto de la ciudad, en el cerro del Ajusco. Todos salimos corriendo, pero todos nos quedamos acá.

Los primeros que llegaron, arribaron en la década de los 80 y 90. Sus familias los trajeron, compartían terrenos enormes que se fueron adecuando a la necesidad. A cada uno le tocó su pedacito y cada pedacito terminó traduciéndose en cuartos adheridos por donde fuere. Alguna vez escuché decir que, en ese entonces, todavía bajaban los coyotes y tenían que salir a perseguirlos. Que ni había luz ni agua ni tiendas, pero aún así se quedaron. Decían que habían hecho el largo viaje desde Veracruz, Michoacán, Hidalgo, y otros lugares en el mapa, porque la ciudad era grande y lo tenía todo: las grandes esperanzas y las grandes ilusiones.

 

 

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