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1967-1971 Los últimos cuatro años de la juventud mexicana (Tercera parte)

Por Mtro. Juan Carlos Esparza

La matanza del dos de octubre de 1968 en Tlatelolco demostró que este no era país para jóvenes. El movimiento estudiantil que había unido a universitarios y politécnicos, además de otros centros educativos públicos y privados (incluso los chavos de la Ibero llegaron a participar en las manifestaciones), fue aplastado mediante una estrategia siniestra diseñada desde las más altas esferas del poder, como lo fue la Secretaría de Gobernación, encabezada por quien sería el próximo presidente, Luis Echeverría Álvarez.

El papel del ejército en la matanza sigue siendo materia de debate, ya que si bien, había tenido presencia para la represión de baja intensidad, como sucedió en los episodios del asalto a la Prepa 1, cuando con un disparo de bazuka fue destruida la puerta barroca del Antiguo Colegio de San Ildefonso y de las ocupaciones de Ciudad Universitaria y del Casco de Santo Tomás del Politécnico, hay testimonios de la confusión generada entre los mismos soldados ante los disparos de los miembros infiltrados del Batallón Olimpia en el mitin y casos en que aquellos protegieron a quienes podían.

Diez días después, los XIX juegos Olímpicos de la Era Moderna se realizaron con absoluta normalidad, con la salvedad de que, en el acto inaugural, Díaz Ordaz fue recibido con abucheos, rechiflas y mentadas de madre por los asistentes al Estadio Olímpico Universitario México 68, por lo que tuvo que ser puesto en los altavoces a un estruendoso volumen el Himno Nacional Mexicano para acallar el escándalo. La misma repulsa que en el 68 recibió Díaz Ordaz en la inauguración del campeonato mundial de futbol México 70 y se cuenta que desde entonces jamás volvió a dormir tranquilo.

En estos Juegos destacaron los triunfos del Felipe “El Tibio” Muñoz, con el oro en natación, el Sagrento Pedraza, con la plata en caminata, medalla que sólo le trajo, a su decir, amarguras, ya que, en vez de reconocimiento, recibió un arresto por parte de sus superiores por no haber obtenido el primer lugar. También de mucho mérito es que, por vez primera, el fuego olímpico fue encendido por una mujer, Enriqueta Basilio, fallecida en 2019.

Los “Juegos de la Paz”, como se le llamaron, absorbieron la atención en general y poco a poco el tema del movimiento estudiantil se fue diluyendo como si se tratara de un pacto de silencio no escrito entre pueblo y gobierno. Sólo hasta el informe presidencial de 1969 hubo mención de ello: “Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”, palabras de Díaz Ordaz que tenían más bien la intención política de absolver y allanar el camino a la presidencia del auto intelectual de la masacre, el hasta entonces nada protagónico Luis Echeverría.

Entre el 27 y 30 de junio de 1969, cerca de un año después de la matanza de Tlatelolco, un evento se vislumbraba como un respiro en aquella sociedad constrictora y castrante para los jóvenes amantes del Rock: los conciertos de The Doors en México.

La vida social y artística de la capital había quedado bajo el control de lo que se entendía por decencia y buen gusto, que en realidad era una vía para la censura, del gobierno de la entonces Regencia del Distrito Federal, encabezada por el llamado Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, quien, en 1965, había impedido que se llevara a cabo una gira de The Beatles en la capital. Para 1968, el regente era el general Alfonso Corona del Rosal, cuya participación en la represión del movimiento estudiantil era más que evidente y a quien Díaz Ordaz delegó completamente el asunto de los conciertos. Para entonces, con la intención de mostrar aparentes signos de relajamiento del régimen, el regente toleró la realización de cuatro conciertos de la banda liderada por el Rey Lagarto, dentro de la gira del álbum The Soft Parade.

Tanto el grupo como los organizadores soñaron con la Plaza de Toros México, con capacidad para cuarenta mil espectadores, pero de ninguna manera esto sería permitido, pues quizá de tal concentración de jóvenes surgiría un movimiento subversivo que socavara las instituciones del Estado.

Al final, el espacio conseguido fue el centro nocturno Forum, muy cerca del lugar deseado, en la Avenida Insurgentes y Ameyalco, propiedad de los hermanos Castro (Gualberto, Benito, El güero). La diferencia entre las intenciones y la realidad no podía ser más evidente, pues el espacio tenía solamente la capacidad para mil espectadores y la dinámica del establecimiento era la de cena y show; además, el costo del boleto resultaba prohibitivo para los verdaderos fans, 700 pesos, lo que equivalía a la renta mensual de un departamento de medianas dimensiones. Tampoco los asistentes fueron lo que esperaban The Doors, al tratarse más bien de los “ricarditos”, aquellos jóvenes de clase media alta tan bien retratados por Carlos Fuentes en “La región más transparente”, además, sólo se autorizaba el acceso con corbata.

Entre todos ellos se encontraba de incógnito el mismísimo hijo del Señor Presidente, Alfredo Díaz Ordaz, quien, con los elementos del Estado Mayor Presidencial asignados a su seguridad, paseó Jim Morrison, Ray Manzarek, John Densmore y Robby Kriger por La Lagunilla, la plaza Garibaldi, el Museo de Antropología y Teotihuacan y al Teraza Casino, donde tocaba Javier Bátiz, quien llevaba desde Tijuana una fuerte amistado con Jim Morrison. Que hayan estado fumando mariguana en la Residencia Presidencial de Los Pinos y sacados a gritos por Díaz Ordaz, es más bien algo más cercano al rumor que a lo comprobable.

Por último, vale la pena señalar que como banda telonera al concierto de The Doors tocó un grupo, que, aunque de nombre muy fresa, dejó huella por el fuerte contenido de su primer y único álbum: Pop music team, “Society is a shit”, en el que se incluía el contestatario tema “Tlateolco”. Por si fuera poco, el guitarrista y cantante fue el entonces joven y rebelde Jorge Berry, quien después sería absorbido por el sistema y acabó siendo comentarista de noticias en Televisa, activo en los años 90 y que hoy estaría en el olvido de no ser por dos cosas: ser esposo de Lolita Ayala y sus tuits de odio contra el presidente López Obrador. Como dijera el gran poeta nicaragüense Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!”.

Categorías

Cultura, historia, música

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