La Política del Dolor de María Luisa Puga
Por Reyes Muñoz Brenda
En el Diario del Dolor, María Luisa Puga narra su experiencia con la artritis reumatoide que comenzó a aquejarla desde sus 58 años. A lo largo de cien fragmentos (que, dada la naturaleza de un diario, da la impresión de tratarse de cien días) podemos apreciar su convivencia cotidiana con Dolor, el antagonista de esta obra. En ocasiones la autora se dirige directamente a la lectora con la intención de relatarle sus síntomas, estado de ánimo, las percepciones que tiene de su enfermedad y la manera en la que la enfrenta. En otros casos, brinda instrucciones detalladas para una buena convivencia con su constante acompañante, Dolor.

En este libro lleno de emociones y sensaciones, la autora nos describe lo que el dolor significa para ella. En atención a ello, podemos encontrar puntos de encuentro entre esta obra y la de una importante filósofa feminista. Sara Ahmed dijo que el dolor es causado por impresiones que tuvieron lugar previamente en nuestro cuerpo; la impresión que dejó la pata de la mesa sobre nuestro dedo meñique del pie, o bien, la marca que imprimió el sistema inmunológico sobre la vida de Puga cuando éste atacó a los tejidos de su propio cuerpo. Este encuentro violento, nos dice la británica-australiana, nos vuelve conscientes de nuestra superficie, de nuestro cuerpo. Sentimos el dolor y sentimos nuestra piel magullada. En este sentido, la sensación que provoca tal daño es el preámbulo de la nueva forma que adquirirá nuestro cuerpo: una cicatriz, un moretón, una deformación.
Pero, ¿Qué pasaría si el dolor no solamente nos volviera conscientes de nuestra superficie física?, ¿Qué ocurriría si la modificación no sólo se hace presente en nuestro cuerpo? En Diario del Dolor podemos experimentar, de la mano de la autora, la transformación que sufren sus articulaciones, pero también sus deseos, su arte, aflicciones, la apreciación que tiene de sí misma y la forma en la que percibe el tiempo y el espacio. Sus letras nos permiten ser testigos de la colisión de una enfermedad crónico-degenerativa contra una vida y la marca que ello deja. Estos cambios podemos observarlos en fragmentos como << ¿Y la novela dónde quedó? Porque antes de todo esto, yo siempre traía una novela en la cabeza, rondándome como una mosca>> (Puga, 2020; 24). Ese encuentro marca un antes y un después en sus días, como el recuerdo de la piel lisa antes de la cicatriz.
Al respecto, como dice Ahmed, el dolor se percibe como algo ajeno a nosotras, pero que se encuentra en nuestro interior. Esto toma más sentido en las páginas de María Luisa Puga. Aunque lo padece todos los días y durante casi todo el día, en ningún momento llega a considerarlo parte de sí misma. Pasan las páginas y ella continúa hablándole en segunda persona. Es como si se tratara de un huésped… no, de un huésped no; de un invasor de la propiedad privada al que no se le logra desalojar nunca: << ¿En dónde quedé yo? Porque tengo bien definida su presencia [de Dolor], su territorio, sus recovecos, pero ¿y yo? Perdí mi imagen>> (Puga, 2020; 20). Este pensamiento de Puga nos entera de su recuerdo de lo que alguna vez fue, pero ya no; se trata del proceso de metamorfosis en el que el cuerpo y la dueña de éste se transforman.

Este fragmento nos conduce a otra reflexión. Según Elizabeth Grosz, el dolor produce una percepción de agrandamiento de la zona afectada, convirtiéndose en la protagonista de la representación corporal, por lo que ya no sólo se trata acerca de qué significa el dolor, sino de la capacidad performativa de éste. Cuando este mal aqueja al cuerpo entero, desde adentro, la sensación de ensanchamiento y grandeza es tal que logra modificar su relación y forma de interacción con el mundo a su alrededor. <<En cambio, yo extraño el caminar, no rápido ni agitado, sino el desplazarme por el gusto de desplazarme. Agacharme, estirarme, sentir todo mi cuerpo sin que me duela nada.>> (Puga, 2020; 58); una calle minada de subidas y bajadas no se experimenta igual por alguien con artritis reumatoide, que por alguien que no la padece. Lo mismo puede decirse de la experiencia que se tiene a la hora del baño o a la hora de comer o a la hora de dormir. El mundo se transforma y, con él, las posibilidades y forma de habitarlo. Así pues, el Diario del Dolor, es también un libro sobre las distintas formas de morar la vida.

El dolor también es político
Por mucho que lo intentemos, incluso aun teniendo experiencias previas similares, no podemos percibir el sufrimiento de otra persona al mismo tiempo y de la misma forma que ella. En todo caso, nuestra empatía nos permitiría tener una aproximación a él, nada más. Es por ello que el dolor es una pena solitaria, aunque no privada, como se menciona en La política cultural de las emociones.
En consecuencia, a veces necesitamos que se conozca nuestro sufrimiento, que deje de ser privado, para que, entonces, se reconozca, se valide y pueda existir en el mundo real, fuera de nosotras; nos brinda la sensación de un alivio placebo -aunque sutil y momentáneo. Sin embargo, el dolor sólo puede socializarse cuando se expresa, el problema es que no todas pueden hablar, no todas son escuchadas. El dolor y su socialización es también una cuestión política y, como toda situación política, el poder es un vector que atraviesa a los discursos. Mientras más y mejores medios se posean, mayor poder se detenta y, por lo tanto, más posibilidades se tienen de <<movilizar narrativas de lesiones dentro del ámbito público>> (Ahmed, 2014; 67).
Por lo anterior, es trascendental situar a la autora en su contexto y posición social. Aunque no pertenecía a la clase más adinerada, Luisa Puga tuvo una trayectoria de vida que le brindó los conocimientos y oportunidades necesarias para gozar de buenos cuidados durante su padecimiento (en comparación al grueso de la población mexicana). Por lo que sería peligroso asumir que las pacientes… mejor dicho, enfermas (muchas personas ni siquiera tienen la posibilidad de ser pacientes) de artritis reumatoide viven y enfrentan la enfermedad de maneras similares. Generalizar su historia negaría la existencia de los sujetos que se encuentran en situaciones desfavorecidas que, de por sí, ya son invisibilizados. Con esto hago una última invitación: que la lectora contemple la obra de María Puga como un fragmento de historia de vida y no como la exposición de lo que una vida con artritis significa.
Referencias.
- Ahmed, S. (2014). <<La contingencia del dolor>>. En La política cultural de las emociones (C. Olivares, ed. y trad.). UNAM. pp. 47-76. (Original publicado en 2004).
- Puga, M. (2020). Diario del Dolor. Alfaguara; UNAM. (Original publicado en 2003).
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