Memorias fenomenológicas del ensayo de danza
Por Rebeca Ramos O’Reilly
En mis años de ensayadora y asistente de coreografía, y en mis días como ejecutante de la danza recuerdo que la mayor satisfacción y el mayor aprendizaje ocurría en aquellas danzas donde el coreógrafo daba rienda suelta a la búsqueda e imaginación de los intérpretes durante los ensayos. Como bailarina no había nada más delicioso que dejar que el saber del cuerpo diera la pauta para la interpretación y/o el acompañamiento del movimiento individual y del grupo. Crear a través de dirección básica: como enfocarse en un sentimiento, una acción, sentir la música o el silencio; apegarse a un tema o bien usar solo una parte del cuerpo para explorar el espacio; o quizás dirigir la acción y la intención de forma específica o al azar, era sentirse libre.
Años después trabajando con niños la experiencia fue aún más intensa y divertida. Entre más pequeñitos más ingeniosos y entre más entrenados más creativos. Los niños daban a los coreógrafos momentos mágicos que eran difíciles de repetir, la inexperiencia y la pureza del movimiento exponían la dificultad de repetir aquello que se logra por primera vez de forma intuitiva. Es decir el momento en que se borra la línea entre idea y acción y la corporeidad habla por sí sola, es quizá esto lo que diferencia al bailarín experimentado que es capaz de crear magia y re-escribirla una y otra vez en la búsqueda de esa experiencia única.

Fenomenológicamente hablando la experiencia de ese primer contacto con el movimiento puro que se convierte en poesía, es tan fuerte como recibir la luz en la cara al salir de un cuarto oscuro. Parece imposible abrir los ojos y poco a poco la vista abraza todo aquello enfrente de uno. El profesional logra una y otra vez mostrar y encarnar esa oscuridad y ese brillo. En el joven e inexperto bailarín/a esta experiencia se convierte en un juego de adivinanzas, es por demás decir que la danza puede ser impredecible y es así que mantiene al espectador al borde de su silla.

En la estructura de la creación coreográfica, el movimiento y el cuerpo hablan y se expresan muchas veces a través de un código que se establece en el espacio de ensayo. En un ensayo de montaje es común que se nombre a las diferentes secciones de una obra. Por ejemplo: tuvimos la sección de la bicicletas, la de los números de teléfono o bien la de nombres propios; la sección de brazos o bien la sección de carreras; todos estos títulos que nacen con el consenso del grupo nos ayudan a identificar momentos coreográficos que en su descripción no tiene nada que ver con la finalidad de la coreografía; pero que encierran el código secreto que sólo conocen los coreógrafos y sus colaboradores. En el espacio de ensayo la mente compone mapas, utiliza vocablos y sonidos que ubican el cuerpo en tiempo, ritmo y espacio con uno mismo y con los demás. La actividad de crear nos conecta con todo aquello que se encuentra ahí en ese momento. Evocamos historia y experiencia para desarrollar secuencias y escarbamos en el interior de nuestro cuerpos, en el pulso y las sensaciones que nos dan inspiración de acuerdo a aquello que el grupo y el coreógrafo/a nos ha pedido explorar. Las secciones se componen de tan diversas instancias que sólo el que compone e hilvana (coreógrafo/a) el movimiento, sabe hacia donde nos dirigimos a veces aún sin realmente saberlo. Crear danza va más allá de representar o presentar personajes y bailar, crear danza es descubrir formas de expresión que van desde el gesto, a la postura, a la acción, al lenguaje de piernas, pies, manos, brazos, cabezas y torsos. La expresión cambia con el movimiento exacto que casca con la música a diferencia del que se yuxtapone a la misma. La falta de sonido y el silencio del cuerpo permiten al espectador y al ejecutante percatarse de instantes. En ellos es donde la comunicación puede ser vital e incomprensible, o bien mostrar la ausencia de lo existente.
El cuerpo es un instrumento múltiple, se multiplica en todas direcciones, en todas formas, en todo sonido y en todo ataque y contención. El cuerpo de aquel que baila invita a otros a compartir vida. Podemos describir un ensayo, pero faltan las palabras para describir el momento en que consiente el cuerpo de sí mismo y de los demás encarna la danza sin juzgar sin detenerse a analizar, danzando tan solo para estar presente.
El estudio fenomenológico nos permite centrarnos como nunca antes en ese aquí y ahora, es como tomar la expresión del instante y aceptar lo dicho. La fenomenología finca el aprendizaje en lo vivido y goza el momento en que la consciencia se presenta.
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