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En la movida

Por Santiago Miranda

“No le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay”

Con ese pensamiento y bajo esa premisa, todos desempeñaron sus funciones en el periodo más violento de la historia de México, la guerra contra el narco, un periodo el cual y para fortuna de unos pocos, no ha terminado.

La maduración en nuestras cabezas de la idea de la guerra, ha tenido muchas consecuencias, pero como decía mi abuela, más se perdió en la guerra mijito, y así lo creo, una de estas consecuencias es nuestra insensibilización ante palabras que deberían horrorizarnos, que hoy ya no representan para nosotros lo mismo, secuestro, masacres, 7 muertos, tantos desaparecidos, número de decapitados, este tipo de noticias hoy ya no nos movilizan ni de cerca como al inicio del conflicto.

Se han convertido en una cotidianeidad e incluso hasta algo normal, sobre todo en el centro, norte y aunque en el sur no cantamos malas rancheras, la presencia en el norte y control de grupos delictivos sobre éste en el sexenio de la muerte de Felipe Calderón, era total.

Todos en el gobierno, en cuestiones de seguridad, querían que su dios y supremo líder los pusieran donde había, o sea, cerca del narco. La imagen del estado mexicano y sus instituciones de seguridad pública se deterioraron a un ritmo alarmante, aunado a la masiva movilización de la sociedad ante la ola de violencia y de crímenes atroces cometidos sin ningún tipo de justicia o consecuencia para los criminales.

Para plantar cara a este conflicto, las fuerzas del orden del estado mexicano y una de las pocas instituciones gubernamentales en materia de seguridad rescatable, la policía federal, realizó una misión en colaboración con el estado de Chihuahua, en aquel entonces bajo el gobierno de Duarte.

Esta misión tan especial fue la Formación de la PEU (Policía Estatal Única) que cuya instrucción y operación estuvo a cargo de dos policías experimentados y comprometidos con su labor, federales por su puesto.

J. Jesús Esquivel, en una serie de magníficos relatos, nos narra las operaciones que llevó a cabo esta policía y la heroicidad de algunos mexicanos que no se vendieron y nos protegieron en el pleno cumplimiento de su deber.

¡De película! Honestamente, me sorprendió, es una lectura que, aparte de ser ilustrativa, es un reflejo del sufrimiento y hartazgo de la sociedad mexicana ante las injusticias provocadas por la corrupción, la ineptitud y el desinterés de las autoridades, no puedo dejar de subrayar el gran patriotismo de los elementos de dicha policía, la institución policial que por cierto, fue pionera en incluir mujeres en su grupo de reacción, en un momento nos narran como es que las mujeres de la corporación estatal, hacían filas y abarrotaban las convocatorias para poder formar parte del grupo de primera respuesta, auténticas heroínas que plantaron cara a grupos delincuenciales altamente peligrosos y que ni el mismo ejército era capaz de combatir, así como el cartel de Sinaloa o gente del “Chapo”, nunca doblaron las manos.

Desde una verdadera estrategia y no la demostración de “músculo” como se limitaban a hacer las fuerzas armadas, la policía estatal única logro varias detenciones importantísimas, de delincuentes de altísima peligrosidad, su división de análisis fue crucial, la confianza por parte de las autoridades norteamericanas a esta policía fue completa, éstas a su vez, les brindo recursos e inteligencia de las que carecían. Lograron controlar y restaurar en menor medida el orden, lamentablemente la falta de apoyo por parte del gobierno federal imposibilitó que pudieran permear y penetrar el crimen organizado completamente.

El mensaje del libro a últimas es “si se quiere se puede” para la suerte de unos pocos, la guerra es un negocio redondo y sumamente lucrativo, y para acabarla de amolar, esa gente que se está haciendo rica, resultan ser nuestros políticos. Mientras eso no cambie o le otorguemos autonomía a las fuerzas policiales, nuestro sistema está condenado a repetirse una y otra vez.

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literatura

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